25 de septiembre de 2011

Una carroña (Poema)

Una carroña
(Charles Baudelaire)

Recuerda aquello que vimos, alma mía,
esa mañana de verano tan dulce:
al lado de un sendero una carroña infame
en un lecho sembrado de guijarros.

Con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,
ardiente y emanando venenos,
abría de un modo negligente y cínico
su vientre lleno de exhalaciones.

El sol resplandecía sobre esta podredumbre,
como para cocerla en su punto,
y a la naturaleza - ¡oh milagrosa lumbre!-
dando ciento por uno, devolverla.

El cielo la soberbia osamenta miraba,
como una flor que se abre.
Tan fuerte era el hedor que tú, en la hierba
creíste desmayarte.

Zumbaban las moscas sobre ese vientre pútrido
mientras iban saliendo negros batallones
de larvas que emanaban como un líquido espeso
sobre aquellos vivientes jirones.

Todo aquello descendía y subía como una ola,
o se lanzaba chispeante y destellante,
diríase que el cuerpo, hinchado por un aliento vago,
vivía y se multiplicaba.

Y este mundo producía una música extraña
como el agua que corre y el viento
o el grano que un harnero sobre la criba apaña
con suave movimiento.

Las formas se borraban y no eran más que un sueño,
un esbozo confuso en la tela olvidado,
al que el pintor un día da el último pergeño
con el pincel que pinta sólo lo recordado.

Y detrás de las rocas estaba un perro inquieto
que nos miraba airado,
esperando el momento de husmear el esqueleto
en busca del bocado.

Tú serás algún día igual que esta basura,
que esta horrible infección,
¡estrella de mis ojos, calor de mi ternura,
tú, ángel de mi pasión!

¡Sí! tal habrás de ser, ¡oh mi dulce querida!,
después de los últimos sacramentos,
cuando vayas, bajo la hierba y las fértiles florescencias,
a enmohecer entre las osamentas.

Entonces, ¡oh belleza mía!, di a los gusanos,
que te comerán a besos,
¡que he guardado la forma y la esencia divina
de mis amores descompuestos!

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